martes, 3 de julio de 2007

critica realizada por el arquitecto Ángel Luis Tendero Martín


SU- REALISMO VIRGEN

Dicen que el último –ismo es el abismo. Este comentario quiere dar a entender que atrás quedó esa fase primitiva en la que el arte se clasificaba según parámetros inequívocos y el artista llevaba marcada en la frente, como un estigma bíblico, una etiqueta en función de su afinidad a un modo concreto, lineal y previsible de afrontar la obra artística.

Este dicho se convierte en crítica y en -ismo real, de forma dual, aplicado a la obra de Ortega Bragado. Porque la falta de conexión con cualquier movimiento más o menos académico es su sello de identidad. Como el abismo, su obra es insondable. Uno puede pasar horas mirando su obra pictórica, o pidiendo explicaciones al propio autor y aún así no ser capaz de encontrar la lógica interna que regula su forma de actuar. Esa es su mayor virtud, no planea sus obras, las realiza de forma espontánea y eso hace que el Arte puro brote desprovisto de cargas culturales o sociales, eso que Jean Dubuffet llama Arte Bruto. Asistimos a la operación artística en su estado puro, reinventado por su autor en la totalidad de sus fases, que parte solamente de sus propios impulsos. Un Arte en el que se manifiesta una sola función: la invención, no las del camaleón y el mono, constantes en el arte actual.

La obra pictórica de Ortega Bragado presenta un hilo conductor, que es la energía del trazo y la rotundidad de sus formas, pero moteado de pequeñas intervenciones imprevisibles en forma de manchas, cruces, papeles pegados o misteriosos puntos rojos... Capítulo aparte merecen sus criptogramas . Reinventando a cada momento su propio lenguaje, traduce sus inquietudes en forma de pequeños y misteriosos dibujos, colocados de forma consecutiva revelando mágicas metamorfosis, que observadas como conjunto producen la misma inquietud que las escrituras de culturas antiguas sur americanas u orientales.

Su Obra en escultura dejan clara su capacidad de someter a su gran energía materiales e gran dureza, acentuada si cabe tras su intervención. El luchador de sumo, por ejemplo, revela la vinculación de Bragado con temas relacionados de forma directa con el movimiento y la fuerza, entendida en este caso concreto como exaltación de la gravedad, produciendo esta y otras piezas una sensación de peso extraordinaria para su reducido tamaño.

Con un sentido antagónico se muestran sus últimas obras, más descuidadas pero de mucho mayor interés, al estar ligadas de forma inconsciente a la complejidad que caracterizan las últimas teorías del caos. Con elementos lineales pero deformables, creciendo en forma de rizoma, va ocupando de forma aleatoria, pero controlada, porciones de espacio para definir figuras concretas, generalmente animales o personas, resultando así obras que reaccionan a cualquier estímulo de forma interactiva. Todo resulta al final susceptible de ser modificado, es decir, la libertad artística conseguida por Bragado es estas piezas es tal, que podría repetirlas con un proceso diferente y llegar al mismo resultado. No hay nada evidente en su obra, que posee la magia de lo que solo se insinúa. La vía abierta por este artista promete que en un futuro, de el paso hacia obras de mayor entidad, en el sentido de mayor tamaño para jugar con espacios mayores e interactuar con el observador de forma mas directa. No es un camino fácil pero los punto de partida ya están marcados...

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